Federico González Frías

Jauja

Portada de la novela Jauja en Editorial Libros del Innombrable
PRIMERA PARTE
Esta pesadilla ambientada en Buenos Aires en el quinquenio de 1965-70
y posteriores está compuesta con personajes y situaciones reales,
salvo los nombres. Cualquiera que crea que pertenece al orden literario
del realismo fantástico, jamás ha vivido en la Argentina.
 

El padre Luis descendió del lujoso automóvil que lo había transportado desde su hotel y se enfrentó con el edificio de la compañía Nueva Comunicación. Este era un moderno rascacielos enclavado en el centro de la ciudad sin nada que lo diferenciara especialmente de otras dos o tres construcciones similares. Se dejó llevar por una serie de pasillos donde se afanaban gran cantidad de empleados y arribó finalmente a una habitación espaciosa muy confortablemente puesta, en donde se le pidió que aguardara.

El padre Luis, que vivía en La Habana, debía asistir a una reunión del Directorio de la Empresa que presidía un amigo íntimo de los días de la infancia. En los breves minutos que tuvo que esperar rememoró algunas escenas de esa lejana época de su vida. Visualizó a su amigo comiendo una empanada en un lugar cercano al colegio, entrevió un partido de fútbol, sintió nuevamente emociones oscuras, indescifrables, y pensó en los diferentes destinos de las personas, en el propio, optando por la religión después de una vida más o menos aventurera, en pleno régimen de Castro, por el que tanto había orado.

Le hicieron un poco de gracia estas cosas.

Sonrió francamente, encontrándose con que una secretaria que estaba en la habitación sonreía con él.

– Muy agradable esto, comentó, involucrando en un gesto todo el ambiente.

– ¿Le gusta?, respondió la señorita. Dentro de un momento lo va a recibir el señor Bienamado.

Eficiencia, dinero, buen gusto (la empleada en verdad era bien bonita), es lo que trasunta todo, pensó.

Días pasados había recibido una llamada e inmediatamente reconoció la voz del amigo al que no veía desde treinta años atrás. Poco y nada había sabido de él durante ese tiempo. Algunos fragmentos le hablaban de una vida riesgosa. Otros comentarios se aventuraban en el éxito comercial, en el poder creativo de su amigo. Todos sin embargo eran incompletos, un tanto misteriosos. Cuando se citaron en un bar anodino en los alrededores del hotel donde Luis se hospedaba, éste iba preparado para un gran abrazo y ese abrazo se produjo. Eso fue todo para el padre Luis. Después vinieron los recuerdos comunes, los "raccontos" de la vida pasada y así desembocaron en el presente.

Hablaron durante un buen par de horas y finalmente Luis fue invitado a una reunión del Directorio de Nueva Comunicación, una de las empresas de su amigo. Muy pocas conclusiones eran las que había podido sacar el sacerdote de esa conversación en el café, donde alternaron la exaltación con la exactitud, panoramas universales con hechos mínimos, la confusión con la claridad, el atropellamiento con la cortesía.

La secretaria lo sacó de sus pensamientos haciéndolo pasar a una sala contigua.

*

Bienamado agitó una campanilla:

– Un poco de orden señores, indicó, y luego, sonriendo:

– Si me han dado este adminículo es para que lo haga sonar, ¿verdad? El Secretario tiene la palabra.

Un hombre de aspecto especialmente sereno, de alrededor de cincuenta y pico años, muy bien vestido, comenzó:

– El propósito de esta reunión de los lunes está hoy destinado a tratar el proyecto "Operación Génesis", que ya fuera aprobado en su oportunidad y que ha concluido en su faz teórica.

El Bienamado miró a un hombre macizo que tenía a su lado y ostentaba un traje excesivamente amplio con el que parecía haber dormido, impresión que se acentuaba si se observaban sus pelos revueltos, parados como un cepillo enloquecido sobre su cabeza.

– Tiene la palabra el Arquitecto, anunció Bienamado, distrayendo las cavilaciones del sacerdote. Se produjo un instante de silencio que se transformó en expectativa.

Luego, lentamente, el Arquitecto se fue incorporando de su asiento al par que extendía los brazos en cruz y le brillaba magnéticamente un punto infinitesimal, negrísimo, dentro de sus ojos acuosos.

– La Ciudad de los Sauces está próxima a realizarse, murmuró. La Génesis será cumplida. La Ciudad debe construirse porque este mundo, no podrá ya ser sin la armonía cósmica que ella representa. Pronunciadas estas palabras el Arquitecto se sentó.

– Por favor, puede darnos los detalles, Ramitos, acotó el Bienamado dirigiéndose a otro personaje ubicado al lado del Arquitecto.

– Bien, carraspeó Ramitos y levantándose se dirigió hacia un tablero cubierto que se encontraba a un costado de la habitación. Empezaré recordando a los presentes que este proyecto en el que todos de una u otra forma hemos participado, fue originado en una idea del Arquitecto que el Bienamado hizo suya, adaptándola a la realidad socioeconómica y dándole una utilidad concreta. Personalmente he trabajado en la supervisión de este proyecto, conjuntamente con los Departamentos Económico-Financiero, Legal-Social, habiéndose consultado a la División Sanidad y al Gabinete de Psicología. Lógicamente hemos actuado hombro con hombro con el equipo de ingenieros, arquitectos y especialistas que dirige el autor de la iniciativa –aquí el Arquitecto saludó sonriente a los presentes inclinando ligeramente la cabeza–, siguiendo siempre las directivas emanadas de nuestra sección Ciencia y Técnica. Con el permiso de ustedes y la venia del Arquitecto, agregó, creo que sería útil hacer pasar a los miembros del equipo que colaboraron en los planos de la construcción.

Bienamado miró al Arquitecto y éste sacudió varias veces la cabeza enérgica, pero un poco descontroladamente. Luego miró a los otros invitados.

– Creo que será lo conveniente Ramitos, dijo. Por otra parte quiero que nosotros dos tengamos una entrevista este viernes, Arquitecto. Sería bueno que para entonces se hayan hecho todas las reuniones necesarias, de cualquier orden, para terminar con esta operación. Después la dejaremos descansar, como hacemos normalmente. Mientras tanto, si todo está bien, construiremos una maqueta gigante de La Ciudad en forma de estrella. Ya hemos plantado los sauces a la vera del río hace dos años… Me parece que eso es todo, finalizó, sirviéndose un trago de agua mineral de una botella.

*

Pasaron los técnicos y una vez hechas las presentaciones, descubrieron un enorme tablero en el que se veía un plano de una urbanización inmensa. Un joven vestido de sport, de aspecto vivaz, explicó mientras señalaba con el puntero:

– De acuerdo a lo que se nos ha pedido, hemos realizado, bajo la supervisión del Arquitecto, el siguiente proyecto. La Ciudad de los Sauces medirá tres kilómetros de largo por tres de ancho y será totalmente construida de acuerdo a los adelantos más actuales muy aptos para nuestro propósito, producidos en nuestro medio con notable calidad.

Tomando un resuello, prosiguió:

– Hemos trabajado aprovechando el espacio que poseíamos estudiando profundamente las distintas áreas en que debía desarrollarse esta gran Ciudad en pequeño. La hemos resuelto introduciendo rampas movibles, horizontales, de gran agilidad, accionadas por energía hidráulica.

– ¡La Ciudad de los Sauces en medio de la Pampa!, bramó el Arquitecto. Este grandioso proyecto hay que diferenciarlo de una simple urbanización por completa o inmensa que ésta sea.

Luego de un breve silencio el joven que exponía preguntó:

– ¿Si el señor Supervisor quiere añadir algo al respecto?

– Así es, dijo Ramitos y quiso tomar la palabra.

– La forma, la forma, interrumpió el Arquitecto. Yo vi la forma, la estrella, y todo lo demás se hizo solo. Hemos recorrido el camino al revés. ¡Fue la forma la que hizo la función! Y más sereno exclamó: ¡Debo agradecerte Bienamado por haber encontrado un sentido a esta forma de estrella, que es un Universo en pequeño y que por tus sugerencias hayamos podido darle una función a la Ciudad de los Sauces y a su aplicación al bien de la Humanidad!

Dicho lo cual, largó una profunda y sonora carcajada que más parecía un grito de guerra o de victoria, que hizo temblar y reír a los circunstantes.

– No sea loco Arquitecto, expresó el Bienamado. Por favor, se excusó, les ruego me perdonen pero debo abandonar la reunión. Continúen sin mí. ¿Qué tenemos para el próximo lunes señor Secretario?

– Siguiendo nuestro plan de reformas totales en este Primer Año Jet del Renacimiento Mundial, debemos tratar este temario:

1) Replanteamiento y reestructuración de nuestras empresas de televisión.

2) Creación de nuevas series de historietas para adultos.

3) Lanzamiento inmediato del proyecto Revista teen agers.

– Muy bien, aceptó el Bienamado, no va a ser un día aburrido. No te olvidés que el viernes tenemos que vernos, agregó, mirando al Arquitecto, y dirigiéndose luego al padre Luis que estaba sentado a su lado. ¿Qué te parece si echamos un vistazo por la Empresa?

*

– Quería que vinieses a una de nuestras reuniones para que me fuera un poco más fácil explicarte en qué ando metido, cuál es el alcance de nuestros ideales, comentó Bienamado al padre Luis, mientras la puerta del ascensor se cerraba tras ellos. Luis lo miró sonriente.

– Es para mí un poco complicado poder mostrarte el porqué de todo esto, pero créeme que tengo la necesidad de hacerlo, explicó Bienamado. Mirá, éste es el Departamento de Ciencia y Técnica y la parte asignada a los laboratorios.

Pasaron a vastas habitaciones que parecían un tanto desiertas y a través de unos ventanales vieron a hombres enfundados en guardapolvos blancos que trajinaban sobre frascos y probetas.

– Vení, aquí estarás más cómodo, indicó el Bienamado penetrando en una habitación cuyo único decorado consistía en un escritorio, dos sillones y un sofá.

– Para mi gusto ésta es la parte más importante de la Empresa. Desde este rincón se pueden oír funcionar a altísima velocidad los cráneos de todos los sabios que trabajan con nosotros, y Bienamado rió. ¿Qué te parece?

– Para serte franco, repuso con lentitud el padre Luis, te diré que de todo lo visto pueden sacarse muchas, pero muy diversas conclusiones. He participado de una reunión de directorio, he recorrido como un meteorito algunas dependencias de tu empresa, que más parece ser una Universidad que otra cosa… Me has hablado de proyectos grandiosos, que si no estuvieran respaldados por todo esto que he visto creería que son obra de la imaginación y no de la realidad… En fin… Por último me has dicho que estas cosas tienen una raíz espiritual y hasta quizás haya entrevisto que aludías a una nueva espiritualidad…

– Exacto, exacto…

– Un momento, déjame terminar, porque sospecho que hay mucho más que me querés comunicar y no encontrás el hilo por donde comenzar a tirar.

– Eso, eso.

– Bueno, pues yo soy un hombre práctico. Siempre lo fui y la orden en donde he ingresado me obliga a actuar en el mundo…

– Por eso Luis, por eso, además del cariño…

– Empecemos por algo.

– Por lo que vos quieras.

– La reunión de directorio.

– ¿Qué?

– La construcción de la Ciudad de los Sauces. ¿Cómo se financiará?

El Bienamado se echó hacia atrás, aspiró una bocanada de aire y comenzó:

– Todos nuestros proyectos tienen una parte visible y otra oculta. No por ser oculta es mala sino simplemente no es evidente. Los esfuerzos de los que manejamos las empresas están dirigidos a procurar una nueva realidad que dé al hombre una mayor libertad. Creemos que estamos frente a una nueva era en donde lo conocido caducará, de hecho ya estamos en ella. Hemos unido nuestros esfuerzos, nuestras inteligencias y voluntades en un solo haz, para introducir al hombre de hoy en este tiempo que le ha tocado vivir. No somos pretenciosos, en última instancia no queremos mostrar más que nuestra ignorancia, pero consideramos que nuestro país es un semillero de talentos y que ellos deben ser utilizados pese al tan cacareado subdesarrollo económico, científico y…

– ¿Y cómo se financiará el proyecto?

El Bienamado miró un tanto disgustado a su amigo y con resignación, maquinalmente contestó:

– La construcción de la Ciudad demandará una erogación del orden de los cincuenta millones de dólares. Evidentemente, no tenemos dinero para financiar una operación de esta naturaleza. Sin embargo la idea me entusiasmaba y decidí recurrir al ahorro popular.

– ¿Cómo?

– Una vez finalizado el proyecto, formaré una sociedad anónima que será la encargada de realizarlo y la beneficiaria del mismo.

– ¿Y quién querrá ser accionista?

– Ahora me toca a mí pedirte que me dejés terminar. Como te podrás dar cuenta, nadie querría invertir plata en algo estacionado en medio de la Pampa, que además ofrece la impresión de una utopía sin sentido. Habrás observado que en la reunión de directorio había algo levemente payasesco, pero es sólo formal. Yo no sé por qué, divagó, pero esto parecería ser algo común a nuestras empresas, algo circense… En fin… como te decía me fui a ver a las autoridades, más concretamente al Presidente (que es bastante menos bestia que los otros) y conseguí interesarlo en la construcción de viviendas en la ex estancia San Juan, en las cercanías de la Plata, expropiada por el gobierno hace unos años y ahora improductiva, que sería habitada por cerca de un millón de personas solucionando el problema habitacional de Buenos Aires y que desarrollaría una conciencia nueva en la población. Impuesto de que las dificultades económicas serían grandes, conseguí que el gobierno patrocinase esta adquisición sin gastar un centavo de su magro tesoro. ¿Preguntarás cómo? ¿De qué manera? Como te dije, con tierras fiscales improductivas compradas en bloque y por hectárea.

Y prosiguió.

– Trescientas hectáreas subdivididas a tres mil pesos el metro cuadrado, como base, haz la cuenta de lo que nos da. Vendido a siete años de plazo con intereses, financiado por nuestro banco, nos resolvería ¡de qué forma! la operación en la nueva Ciudad de los Sauces, solventando el problema de vivienda de tanta gente que quiere residencias o casas económicas –sin contar el Parque Industrial–, con varias líneas de tranvías rápidos que les conecte con la capital y otras ciudades como Avellaneda, Quilmes y la Matanza y alrededores conjuntamente, incluso con el oeste de la provincia de Buenos Aires y pueblos como Morón, Moreno…

– ¿Y esa gente tendría acceso, en forma exclusiva, a esa tierra?

– Sí. Esta sería disfrutada por toda la población que fuera capaz de adquirir su unidad a precios económicos. Aún antes de ser construida podría amortizarse rápidamente e incluso dar beneficios a corto plazo. Pero tengo también otro asunto distinto que allí instalaré, dijo cambiando el tono, una granja naturista-espiritualista de la que ya te contaré, manifestó Bienamado mirando al sacerdote. Se notaba cansancio en su expresión, cansancio y extrañeza, como si estuviera haciendo un enorme esfuerzo para estar allí. Para poder hablar. Dificultad en vivir.

Algo de esto notó el padre Luis quien profirió:

– ¡Pues es verdad! ¡Hombre, bien vale este circo una misa!

*

Puso segunda y se adelantó rápidamente a un auto de potencia mucho mayor.

Le gustaba manejar este pequeño automóvil en el tránsito de la ciudad. Era un coche sólido, construido con el cuidado y el amor de un coche grande. Eso le parecía, y como siempre, de una u otra manera, se hallaba pensando en este tipo de cosas, vbr.: poner al alcance de muchos una comodidad (un antiguo lujo) que se estaba tornando imprescindible, etc., etc… Se hallaba encantado de conducir con agilidad, pues aunque estaba muy cansado, el mantener la atención concentrada en el tránsito lo distraía y… El tránsito, pensó Bienamado, otro problema a solucionar. El parque automotor en las grandes ciudades es muy elevado y crea atascos. ¡Pero que primero tengan el automóvil, carajo, se dijo, y después se verá qué se hace con el tráfico y con las grandes ciudades! ¡Todo esto está mal organizado, es absurdo ver cómo hoy en día todavía se mantienen los antiguos monstruos, New York, Londres, Tokyo, París! En el fondo, a Dios gracias, se mantendrán siempre. Son el fruto de lo más neurótico y civilizado que hemos podido llegar a construir. Y eso, construir. El arquitecto no tiene ni idea de qué se trata. ¡Qué curioso el atraso brutal en que se mueve la arquitectura de este siglo y no pienso solamente en los hechos, sino también en los proyectos, en las teorías! Lo que pasa es que no saben qué es el hombre (¡y quién lo conoce!), lo suponen. Esa gente debería investigar en nuevos materiales, debo repetirlo una vez más en la Empresa. Detuvo su automóvil porque se hallaba encendida la luz roja del semáforo. A su lado estacionó un coche que conducía una mujer joven muy mona, con el pelo negro, largo, vestida con un traje a la moda. Iba manejando también un auto pequeño y llevaba un par de chiquitos muy simpáticos en la parte de atrás. Esta imagen le encantó al Bienamado. Había algo muy libre en esa mujer, algo muy lindo. Los niños le preguntaban cosas y ella reía y contestaba con naturalidad. Durante una fracción de segundo sus ojos se encontraron con los de Bienamado y éste vio algo franco, abierto, claro en ellos. No supo por qué se le ocurrió pensar, independientemente de la mujer, que ella había sabido aceptar las cosas y que ésa era la única forma de modificarlas. Y poniéndose en las manos de Dios. De esa manera se hace más fácil cambiar lo que hay que cambiar, y aceptar lo que está más allá de nuestras fuerzas, de nuestras posibilidades. Sí. Toda la vida fui soberbio, y lo sigo siendo, muchísimo más de lo que me imagino y quizás de todo cálculo, ¡mirá, en las boludeces en las que estoy pensando!, se impacientó el Bienamado, que pese a pertenecer a un grupo que practicaba normas muy precisas y que él había fundado, cada vez que tenía este tipo de pensamientos sentía toda clase de turbulencias, producidas quizás por el hecho de que durante muchos años cierto tipo de virtudes no le habían sido familiares. Fastidiado cambió de velocidad y aceleró, dedicándose exclusivamente al riesgo de conducir en un camino atestado de vehículos.

Se dirigía hacia su quinta. La Compañera había querido pasar quince días en ella, en pleno invierno, porque quería realizar algunas reformas en la casa y el jardín… Bienamado gozaba mucho en el campo, pero mucho más gozaba viendo a Compañera en acción. No había habido día, durante los diez años que vivieron juntos, que no hubiera sido para él una aventura completa del principio al fin. Por suerte sos mi mujer, había bromeado jactándose ante ella hacía poco tiempo, si no serías un peligro nacional.

El Bienamado no recordaba qué le había contestado Compañera, pero en este momento sonriendo, musitó: nacional no, ¡universal! Y memoró las épocas en que se habían conocido, cuando él andaba corriendo entre pajonales desiertos con su locura a cuestas, seco, resentido, muerto, exactamente, muerto. Revivió en un instante los tres primeros años que pasaron juntos destrozándose, magullándose, pero tratando de mantener la atracción que los imantaba, ese sentimiento que era lo único que en definitiva los ligaba con la vida. Pensó en la cantidad de esfuerzos, de luchas, de sacrificios que tuvieron que realizar para empezar a entender lo que les estaba ocurriendo e igualmente la grandeza de esa mujer.

Pensó en la perseverancia, en la fijación de Compañera y las horribles ofensas mutuas, y en ciudades y en la belleza física de esa mujer, y llegado a este punto, la sintió tal cual la había tenido la noche anterior.

De pronto se le cruzó un coche y lo obligó a clavar los frenos.

– ¡Mamarracho!, gritó.

Indignado con el conductor del otro vehículo, consigo mismo, con la humanidad entera, nuestro personaje musitó:

– ¡Bienamado, Compañera, qué nombres nos fueron a tocar!

*

La descripción de la quinta de Bienamado merecería capítulo aparte. Era una vieja casa construida alrededor de mil ochocientos ochenta, con un poblado jardín de tipo inglés, aparentemente descuidado, lleno de árboles, flores y canteros, pérgolas, fuentes y estatuas. Se encontraba en el Tigre, al borde del río y se podía observar también en ella un muelle y un par de embarcaciones. Poseía una pileta de natación de mármol con columnas romanas y dos inmensos galpones de material donde el Bienamado coleccionaba toda clase de absurdos, grandezas y miserias.

Si se entraba por el camino principal, se iba teniendo una visión fragmentada del Apocalipsis, aspecto que se acentuaba cuando se penetraba en la casa. Se subía primero una escalera de piedra que desembocaba en una gran terraza del mismo material. Una vez transpuesto el umbral, el abigarramiento más insólito se hacía presente en forma de empapelados art nouveau, juegos de sillones victorianos, segundo imperio, restauración, tiestos con plantas, arañas cuajadas de tulipas, esteras y alfombras de pieles, más sillas y sillitas tapizadas llenas de botones y pasamanería, mapamundis, animales de madera y bronce empavonado, floreros de Gallé, de Lalique, mesas y mesitas de pata torneada, lámparas que eran ninfas, ángeles con guirnaldas que sostenían globos de luz, negros venecianos, esculturas románticas, paragüeros en forma de cigüeña, tarjeteros, cajas de música, bomboneras, licoreras, bizcocheras, docenas de cuadros que cubrían prácticamente las paredes; desnudos, paisajes con marcos franceses, marinas, pintura abstracta, cubista, impresionista, dibujos a la tinta, al lápiz, a la sanguina, formatos ovales, cuadrados, rectangulares, en fin, una desmesura, una confusión con pocos precedentes.

Sin embargo, apenas uno lograba acostumbrarse a esta situación (a este abigarramiento), se descubría una armonía interna, muy sutil, dada por la entonación de los colores de los muebles y adornos y por la circulación que se le había dado a esa gigantesca habitación, que hacía que estos objetos múltiples y seleccionados convergieran en una inmensa chimenea que por sí sola constituía otro ambiente, que modificaba el espacio general, creando un clima perfectamente lógico y bello, que alivianaba el aire y lograba que el espectador, siguiendo un proceso inverso al que había adoptado hasta ese momento, consiguiese ubicar en el lugar exacto en donde se encontraban, cada una de esas extravagancias. Acentuaba esta impresión de orden, una escalera de madera tallada que comunicaba con las habitaciones y unas pesadas cortinas repletas de frunces, por el lado de los ventanales. Pero esta era una sola de las habitaciones de la casa.

También se hallaban el comedor con su mesa de seis metros de largo y veinte silloncitos Napoleón III en forma de concha, el techo enteramente decorado con grupos de naturalezas muertas, flores, frutas y animales, motivos que se repetían en los cuadros de las paredes, todos pintados con la técnica del trompe l'oeil, encargados especialmente a un artista obsesivo y perfecto. Y las cuatro fuentes de mármol, también en forma de conchillas, cada una en un rincón con su refrescante sonido; y el aluvión de platería barroca portuguesa que el Bienamado había comprado casi por monedas en Brasil. Los desproporcionados armarios, uno a cada lado de la habitación (flamencos). La araña azul claro bajo la cual se hallaba el centro de mesa formado por dos cisnes descomunales tallados en cristal de roca.

Y luego estaba la habitación de Bienamado y Compañera, una de cuyas paredes, la que correspondía con el respaldar de la cama, estaba recubierta de cerámica que figuraba una enmarañada selva llena de lianas, orquídeas, ananás, cocos, bananos y palmeras; todos estos elementos realizados en relieve, pared que se prolongaba en dos mesas de luz y la propia cama, a cuyos pies descansaban dos simpáticos y vivaces monos inanimados. Como se podrá haber observado Compañera y Bienamado tenían especial predilección por los objetos que representaban animales. Y esta preferencia llegaba a sus últimas consecuencias en un cuarto acertadamente denominado "El Zoo". Describirlo es imposible. Garzas paradas en una pata, pájaros en vuelo o descansando, arañas y moscas, escarabajos, aguaciles, libélulas, colecciones de sapos, osos, jirafas y jirafitas, el caballo de Troya, la loba Romana, rinocerontes, leones, tigres, microbios, caimanes, cangrejos, estilizaciones y vulgaridades, chanchos y lobos de tiovivo, elefantes de todos tamaños, langostas, juguetes, liebres, gatos y perros a patadas. Todo lo que reptara, andase, trepara, trotara, husmeara, sudara, evacuara, fabricado en cuanto material el hombre haya conocido o podrá conocer, con la única excepción del marfil, al que imprevistamente tanto Bienamado como Compañera odiaban, y la lógica exclusión de las piezas que representaran pescados o pavos reales, extensible a los elefantes con la trompa para abajo y a los objetos moldeados en termoplásticos, como no era difícil suponer.

Con paciencia maníaca el Bienamado, pero sobre todo la Compañera, habían ido adquiriendo este conjunto de esplendores y desconciertos. No había habido remate al que no hubiesen concurrido, en especial durante los primeros años de su unión. Habían comprado la mayor parte de las cosas a precios irrisorios, y cuando Bienamado pudo consolidar su fortuna, invirtieron más dinero en piezas de valor.

La impresión que se recibía al visitar por primera vez esta casa, era evidentemente de asombro. Al que por regla general se agregaba un vago terror (no tan vago en ciertos casos). Había quien deliraba por estos objetos mientras era consumido por la envidia y el éxtasis. Otros preferían huir con sobrepaso veloz. Con seguridad no se podía afectar indiferencia. Faltan describir dos salas y un escritorio en planta baja, ocho habitaciones en el primero y segundo piso, cinco baños, cocinas y dependencias de servicio, etc. (decoradas con este mismo tipo de gusto) y el jardín de invierno.

En él penetró Bienamado.

*

– ¿Si ponemos el traillage, te parece que quedaría bien?

– Un poco decoración teatral ¿no?

– Sí, estoy fastidiada con el carpintero. Es un informal.

– En todo caso, el que deberá cortar y colocar la madera, tendrá que ser un carpintero ¿no?

La Compañera no contestó. Anotó una serie de cosas en unos papeles que llevaba en la mano, al mismo tiempo que inspeccionaba una cantidad de paquetes que había en su derredor. Nadie podría darle los cuarenta años y monedas que en realidad tenía. Lo más veintiséis. Algunos días que Bienamado estaba de ánimo exaltado y ella con el humor suficiente, se hacía dos trencitas y se pasaban un par de horas en Flores, o cualquier otro barrio en el que no eran conocidos tomando un aperitivo en alguna confitería o cualquier otra pavada donde la confundían por una joven. Todo muy desacondicionante.

– Mañana van a almorzar los chicos a Aguado, recordó el Bienamado, que se refería por el nombre de la calle a su domicilio de Buenos Aires.

– Sí. Yo también quiero almorzar allí. Por la tarde tengo reunión de grupo y podemos salir juntos a la mañana ¿qué te parece?

– Con que esté en el escritorio a las once está bien, contestó Bienamado.

– Fantástico. Nos levantamos temprano, jugamos un poco de golf y después nos vamos.

Bienamado estaba revisando unos dibujos que había bocetado la Compañera. Esta se sentó a su lado.

– ¿Vés? Aquí está la forma que quiero que tome la habitación. Del piso de estos lugares es de donde van a crecer esos árboles ¿viste?, esos como arbustos que tienen la forma así y así y como muchas cosas, agarrados a la pared, y que poseen esas flores blancas. Y después quiero que la terraza sea como una prolongación del jardín de invierno que debe ser todo blanco, con muebles de mimbre, los maceteros blancos y azules, todo lo demás pintado de blanco y azul…

– Grecia.

– No seas bobo… De azul lavanda y todo lo demás color claro… y afuera lleno de sol, con varios naranjos en macetones blancos…

– El Mediterráneo.

– No fastidiés, y puso cara de enojo volviendo a sus papeles.

El Bienamado le besó la cabeza y la frente y ella sonrió. Luego se levantaron y caminaron abrazados hasta la puerta.

– ¿Qué te parece si mañana lo invitás al padre Luis, a la reunión del otro grupo?

– ¡Pero yo no lo conozco!, respondió la Compañera.

– Te lo presento antes de la reunión. ¿Cómo te parece que le caerá al grupo?

– Creo que bien. De todas maneras nos moverá un poco el ambiente. Y lo andamos necesitando. Supongo que tendrá un cúmulo de experiencias interesantes…

Se instalaron en una especie de salita íntima, reducto-escritorio de Compañera. El hecho de que se pasaran quince días en esa quinta, en pleno invierno, tenía mucho que ver con la soledad. Cada tanto Compañera inventaba programas de semejante naturaleza, porque sabía que era la forma de preservar a Bienamado, de alejarlo de los peligros de la confusión y el quilombo, al que éste temía y que tanto mal le acarreaba. Del mismo modo, siempre organizaba viajes y excursiones en las que ambos gozaban enormemente; se renovaban y se encontraban nuevamente a sí mismos y por lo tanto a su amor en el estado más despojado. La Compañera era una gran organizadora. Esta pareja –en la que ambos trataban de aprovechar concientemente la parte mejor de su contrario– así lo había entendido y se dejaba llevar por las iniciativas de uno u otro de sus componentes, según la ocasión.

– Te traje la rendición de cuentas, resopló aparentando molestia Bienamado alcanzándole una pequeña carpeta en la que una de sus secretarias había colocado un breve resumen de todo lo actuado en cada una de las empresas, la semana anterior, pues le gustaba mantener perfectamente informada a su mujer a este respecto.

– Ahora, he aquí tu sorpresa, agregó, entregándole a Compañera un gran paquete.

Compañera abrió el atado que contenía las últimas grabaciones musicales y fueron recorriendo juntos, con deleite, lentamente, cada una de las mismas. Luego, cuando escuchaban hablaron de los chicos.

Ellos constituían un problema que no habían podido resolver de acuerdo a sus expectativas. Aunque pensaban que acaso no podrían subsanar esta situación jamás ya que posiblemente a esta altura de las circunstancias no fueran asuntos suyos sino propios de los hijos, lo cierto es que todavía les afectaban estos hechos, agravados por vagos sentimientos de culpa, que no los perjudicaban mayormente pero que les molestaban bastante y que no alcanzaban a resolver en forma satisfactoria. Sin embargo, estas complicaciones no se referían a que los hijos hubieran sido habidos en tres matrimonios anteriores –dos del Bienamado y uno de Compañera–, como a simple vista pudiera pensarse, sino más bien conjeturaban una dificultad un tanto enfermiza en separarse de ellos, en aceptar en forma definitiva sus once distintas personalidades en diferentes edades y estado de desarrollo y todas las complicaciones que estas variedades traían de arrastre y aparejadas.

– ¿Querés que te lea un poco?

– Sí.

– Seguiré con La Tempestad.

– Buenísimo. Dale.

– La Compañera comenzó con voz suave (a Compañera le hubiera encantado ser actriz).

*

Trueno entró como una tromba en el despacho.

Lo seguían (como podían) a tres o cuatro pasos de distancia, dos acompañantes.

– Hola, saludó a Bienamado que estaba hablando por teléfono. Depositó su valija sobre un escritorio y ordenó por el intercomunicador:

– Nos trae un poco de soda bien helada, por favor.

Aunque la mañana estaba fría, Trueno transpiraba. Se pasó un pañuelo por la frente y se secó las manos. Bienamado terminaba su conversación. Trueno hizo una seña para que se acercaran sus acompañantes, que se habían mantenido a respetuosa distancia. Sacó de una valija varios fajos de billetes de a diez mil nacionales de color rojo y otros de otras denominaciones.

– Son diez y ocho millones setecientos mil pesos moneda nacional, leyó de una planilla. Tomando otro papel prosiguió:

– Recibí del señor bla, bla, bla, en concepto de bla, bla, bla, la cantidad de nueve millones setecientos mil, y dirigiéndose a uno de sus acompañantes:

– Verifique, por favor.

El hombre comenzó a contar pausadamente mientras el Bienamado colgaba el aparato.

– Tengo novedades importantes, dijo Trueno, mientras sus ojos recorrían los objetos y las personas de la habitación a velocidad vertiginosa. Trueno hizo unas señas, o muecas, que entre otras cosas parecían decir que únicamente cuando estuviesen a solas podría desembuchar. El Bienamado había presenciado esta escena cientos de veces, con regularidad, una vez por semana desde hacía dos años, e invariablemente el Trueno conseguía envolverlo en una momentánea zozobra. Eran amigos desde jóvenes y socios en una cantidad de negocios diversos. En la organización del Bienamado, Trueno se encargaba entre otras muchísimas actividades de los criaderos de pollos que abastecían a Rosario y Montevideo y de la recaudación semanal de la plata en efectivo. Para obtener ese "líquido" eran dueños, a medias, de cuatro restaurantes en la Costanera, un parque de diversiones en Montevideo, capital en la que también poseían dos supermercados, otros dos más en el gran Buenos Aires, tres en Rosario y dos nuevos locales de entretenimientos juveniles en esa misma ciudad. También, excepcionalmente, una fábrica de condones para evitar la sobrepoblación mundial que se vendían en máquinas en bares, estaciones ferroviarias y subterráneos. Todos estos negocios eran administrados por Trueno con la misma facilidad con que un chico manejara un juguete. Lo hacía firme y drásticamente y cualquier inconveniente que surgiera era zanjado en forma inmediata y definitiva. Jamás le presentó un problema, una dificultad a Bienamado. Actuaba según su criterio y decidía todo lo concerniente a estas inversiones. El lunes era su día de "recaudación", y trepaba a un avión a la mañana y en la misma jornada visitaba Rosario y Montevideo. A la tarde se dedicaba a Buenos Aires. Viajaba acompañado por dos guardaespaldas-contadores, que en esos momentos estaban en la habitación, controlando –junto con un empleado de la contaduría de Bienamado– la repartija de lo correspondiente a esa semana. Por otra parte Tueno era el encargado de todo lo que fueran inversiones y cambios de moneda con el extranjero. Pero no era ésa, solamente, su función en la Organización. Trueno, que vivía su locura entre gastos inauditos, ataques de asma, viajes, coimas y "otras intoxicaciones", era un extraordinario político. Un rey del embrollo, la irresponsabilidad, el juego y la nada. Adulón, irrespetuoso, simpático, podía manejar los hilos del caos hasta extremos insospechados para la razón humana. Parecería que no hubiera podido vivir sin nadar en el río de la hipocresía, la traición, el soborno, el sometimiento, el odio, la envidia, la prostitución, la lujuria, la impotencia, etc., etc., siempre hundiéndose y volviendo a subir, milagrosamente entero. Invariablemente estaba en buenos términos con los gobiernos presentes y, cosa curiosa, aún en mejores con los futuros. Había llegado a dilapidar fortunas enteras en esta pasión. Y cuando Bienamado comenzó a fundar su Organización se vio auto-obligado a trabajar en ella con su empuje arrollador, ni tan ciego ni tan salvaje como algunos pretendían.

– Ahora que estos se han ido, escupió, llenándose los bolsillos y su valija blindada con los nueve millones y pico que le habían tocado ese día en la liquidación, te diré que la cosa está que arde.

– ¿Qué pasa?

– Es en serio. Parece que lo rajan al que te dije.

– ¿Lo mismo de la semana pasada?

– Sí. Pero hay otros datos.

Bienamado, cara de interrogación.

– El viernes, prosiguió el Trueno, estuve almorzando en la Cámara de Comercio. Los junté a "x" y "z". Tuve buen cuidado de que los viera "b". Este se dió perfectamente cuenta de lo que andan tramando. Una mirada valen dos finezas. A la noche lo encontré a "b" en el club y estaba muy agradecido conmigo. Largó: 1) los militares le han hecho un nuevo planteo al presidente, 2) salta el equipo económico. No me lo confirmó, pero yo sé que él va a manejar muchas cosas en Economía, si no llega a ser el Ministro. Los militares le tienen confianza. Es un amigo y nos convendrá.

– ¿Pero qué pasa con el Presidente?

– Queda, pues los coroneles lo mantienen a toda costa. El año que viene se va a su casa, pero por ahora queda. La que gobierna es la camarilla, dijo Trueno que no parecía nunca haber caído en la cuenta de lo corrupto que era corromper.

El Bienamado se levantó y guardó su parte de la "recaudación" en una caja fuerte.

– ¿Dónde almorzás?, preguntó Trueno desde lo alto de su metro noventa y cinco (ciento treinta kilos), mientras manipulaba con un vaporizador en su boca y revisaba unas anotaciones de su libreta.

– Con los chicos en casa.

– Vamos, vamos, urgió Trueno, saliendo con la velocidad del relámpago.