Portada Defensa de Montjuïc

Jauja
de
FEDERICO GONZALEZ FRIAS

Reseñas

1

Felicitaciones por Jauja, que justo he terminado de leer y creo que empezaré de nuevo después de dejarla reposar un tiempo, tal es la cantidad de pensamientos y vivencias que me ha despertado. Se la lee fácil, aunque para nada es fácil. Es rica, desbordante, entretenida, excesiva y concisa, atrayente y revulsiva, de una coyuntura intemporal; verosímil en su inverosimilitud, culta, real, hiperreal, todo eso y más en un orden anárquico que transpira por todas sus páginas.

No leo novelas, me aburren, son planas y chatas, artificios que no salen del diván de la mente. Sólo leo tus novelas, que además de formalmente bellas en los términos, las construcciones y las imágenes que evocan, son un pretexto para transmitir mucho más que un armado histórico, psicológico o anecdótico, que por momentos también se incluye aunque esto sea del todo secundario y relativo. Son la proyección de un orden y de un caos que coexisten; la proyección de una doctrina que se insinúa, que se deja entrever sin ponerla totalmente al descubierto (aunque si has recibido la enseñanza toda la novela en sí la está revelando). Pienso que esta forma literaria puede representar para muchos hombres y mujeres una aproximación a las ideas universales y arquetípicas, una oportunidad para ir dejando pistas, para esbozar una senda, para despertar el pensamiento en toda su amplitud, para conocer y conocerse y saber que no se sabe nada y que un misterio impenetrable lo impregna todo. El diálogo de Josefina y Enrique en la biblioteca se refiere a esto que ahora intento explicar.

Personajes increíbles, humanos y divinos, tan extraordinarios y sorpresivos como conocidos, muy cercanos, esquivos, acá están, al lado, dentro de uno. Sus anhelos, construcciones, actos, acciones y gestos, espejos de nuestras esperanzas, convicciones, dudas y certezas. Por momentos el proyecto de Bienamado es un cosmos completo, donde todo está medido, pesado y numerado, y por otros se presenta como un delirio, una quimera; hasta pesadillas he tenido al dormirme una noche con la lectura de la Organización, el Banco y la Ciudad de los Sauces.

El buen humor, la burla, la intriga, el déjà vu, el asombro, los mundos simultáneos, lo absurdo, lo incalificable, lo cruel, el símbolo, el símbolo y el mito, los dioses encarnados en seres humanos; situaciones elegidas, espacios omitidos, presencias, ausencias, un modelo del organismo cósmico hilado en un discurso que siendo el que es y no la indefinitud de lo que habría podido ser habla de una realidad única, del Uno que en su recreación se muestra completo en una cristalización, en este caso esta novela, tan amplia como el Universo, y limitada, de no ser por la Presencia omnipresente que baña todo el relato y no se nombra.

Crítica punzante al mundo moderno, a la espiritualidad materializada, al progreso como vía y soporte para construir un nuevo orden justo, al creer que se puede añadir algo al plan divino para mejorarlo, a la tibieza de la clase media, al conformismo, al bienestar, a la envidia y a la ignorancia en todas sus formas. Y siempre planeando el espectro de la traición, esquirla que abre la brecha de la fragmentación, la división, la desintegración. Conexiones con otros libros, con situaciones de las otras novelas, con circunstancias de la vida. El error, el error reconocido, nombrado, y la rectificación, única forma de liberación para salir de esta estructura tan bella, sintética y compleja como opresiva. Abres el libro y te adentras en esa proyección del universo, y puedes hacerlo a muchos niveles, simplemente planeándolo o sobrevolándolo superficialmente, o bien hundiéndote en sus entrañas y dejando que se escriba en tu alma lo que vas leyendo. Mano misteriosa escribe en el escritor lo que éste escribe ahora en mí, en ti, en todo aquel que lee inteligiendo. Entras y sales muchas veces, y hoy te dice lo que hoy estás viviendo, hasta que llega un día que lo terminas, lo cierras y ya no eres el que eras, o eres el de siempre que no sabías, y sabes que no sabes nada, ni falta que hace, pero sin embargo pasan cosas, muchas, interiores, que exceden la razón, y hasta el pensamiento. Pinchas el globo y no hay nada, sólo la Nada. Bienvenido el desahucio. Y sin saber por qué vuelvo a abrir el libro.

Muchas gracias por este hacer sagrado generoso que hoy se llama Jauja.

Mireia Valls

2
COMENTARIOS SOBRE "JAUJA"

Federico González nos vuelve a sorprender con la frescura de su última novela, "Jauja". Y más que sorprender, hasta podríamos decir "atrapar", pues en un momento dado nos envuelve con su intriga y con acontecimientos a menudo inesperados a modo de coups de théatre por los que el autor cambia la polaridad de toda la obra una y otra vez a modo de continuas disoluciones y coagulaciones por las que se va depurando el contenido y por supuesto sus propios protagonistas.

Con ello se manifiesta el interés allende de lo puramente anecdótico de la novela, recuperando incluso el alcance del mito por tratarse en su conjunto de una cosmogonía, vista al principio desde el detalle y adoptando poco a poco una perspectiva cada vez más amplia. Asimismo la forma de farsa que toma el relato favorece una forma de ver la vida desde el otro lado de la barrera, lo cual el autor domina con maestría, combinando ambas perspectivas, la de uno y otro lado, en su simultaneidad.

Se agradece igualmente que esta forma tragicómica en la que se desarrolla la obra, forma en la que vemos cómo se conjugan constantemente los opuestos, facilita la desidentificación por una constante desestructuración sufrida por el lector, el cual, a la que se empieza a aferrar a un esquema determinado, es inmediatamente desengañado por la aparición de otro punto de vista que a su vez será destronado por otro. "En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira", nos adelantaba ya en otra de sus obras a modo de epitafio Federico González con palabras de Ramón de Campoamor, "todo es según el color del cristal con que se mira".

Por otra parte, uno es capaz de reconocer todos los personajes de la novela porque los lleva dentro uno a uno, desgarrándose entre sí en su desquicie o atrayéndose en armonía como los dioses del Olimpo. Esos egos deformes se presentan ante nosotros como un espejo para que nos reconozcamos en ellos y los aceptemos con sus defectos y sus virtudes, que son los nuestros llevados a la caricatura, sin que esa distancia que ésta promueve nos salve de sufrirlos como perros, pues el autor bien se encarga de declarar sin ambages la mutabilidad y la inconsistencia del hombre en este mundo.

Al mismo tiempo, la acción ocurre en círculos concéntricos que van desde lo más insignificante que es lo más importante para ese individuo que no ve más allá de su propio ombligo hasta lograr la magnitud que implica el fin de ciclo, y el desarrollo de estos ciclos se va alternando en la narración hasta lograr mostrarse como un gran engranaje en el que éstos coexisten perfectamente.

Estamos por tanto invitados a presenciar una versión en clave simbólica del gran espectáculo de la vida, caricaturizado unas veces como un auténtico teatro de guiñol, otras como una glamourosa película de los años 50 o hasta como un relato surrealista que nos puede recordar tanto la crudeza kafkiana como las alucinaciones de ácido lisérgico. Dicho sea de paso, todo ello ofrece una inconmensurable riqueza de estados que el lector va conociendo y que paulatinamente despiertan y expanden su conciencia.

Uno no puede evitar tampoco en determinadas escenas sustraerse a la tentación de identificarse con un personaje o con una situación concreta y vivir tal vez esa realidad desde un apasionamiento que le impele a la acción. Otras veces sin embargo consigue distanciarse de todo ello y simplemente observar desde el wu-wei taoísta.

Aunque el lector se debate continuamente entre opuestos sin poder definirse, aquí lo verdaderamente esencial es que se nos brinda la oportunidad de estar simultáneamente a un lado u otro del espejo. Esta dimensión metafísica es la que da a la obra un carácter trascendente, brindando la clave de todo este aparente imbroglio, que deja de serlo precisamente desde el otro lado. La salida está explícita desde el principio para quien se proponga encontrarla, aunque se halla como siempre oculta, lo cual asegura también a otro nivel una atención permanente hasta el final, que en realidad no es final sino comienzo de la verdadera aventura: la de descifrar, interpretar, ubicar y encajar las piezas que hemos ido rescatando, o sea de reunir lo disperso, hasta formar el gran mandala que no es sino el mapa del tesoro.

Al fin y al cabo, la función del símbolo es la de ir despertando esa memoria dormida para recuperar gradualmente la conciencia hasta hacerse uno con el todo. Así, lo fundamental en esta novela es la trama o el entramado que preexiste detrás de toda su construcción, que remite a unas leyes universales y a un principio, el Principio, permitiendo poner orden en el siempre aparente caos que es uno, que puede tomar formas tan dispares como la que aparece en esta historia, tan real y tan falsa como la vida misma.

Ana Contreras

3

Con la lectura de esta nueva novela, Jauja, de Federico González, vemos felizmente cómo de nuevo su autor, elija el género que elija para expresarse, nos transporta a un mundo significativo, pleno de contenido simbólico, cuyo mensaje, que aquí se hace patente en su último capítulo, refleja la verdadera idea de Arte, restituyendo, en este caso a la novela, su auténtico sentido original, el que inspiran las Musas, las diosas de la Memoria que presiden todas las Artes y Ciencias sagradas, reveladoras de las ideas universales y eternas, transmitiendo e insuflando en al artista un furor, que puede convertirlo en verdadero intérprete y profeta y su arte mágico-teúrgico, aquella imaginación que opera en el intelecto, en una alquimia capaz de transmutar el alma de aquél que se abra a su influjo al tomar conciencia de su ser en el mundo.

Su autor traza un hilo conductor donde desde su comienzo, vemos que los principales personajes de la novela están implicados, de una u otra manera, en el vasto proyecto de llevar a cabo la construcción de una ciudad “utópica”, basada en los planos de uno de ellos llamado Arquitecto y cuya idea el protagonista, Bienamado, hace suya, dando un sentido a su forma, “la forma de la estrella, un Universo en pequeño… la Ciudad de los Sauces en el corazón de la Pampa Argentina y su aplicación al bien de la Humanidad.

Para ello Bienamado ha construido una estructura, en la que aparece como fundador y presidente de lo que llaman “la Empresa”, basada en un conglomerado de actividades, "cuya orquestada unidad" está conformada por un banco, distintas compañías, sociedades y varias empresas que además de tener una razón económica de ser, están fundamentalmente basadas en otro tipo de inquietudes: “cuyos esfuerzos por parte de los que las manejan están dirigidos a procurar una nueva realización que de al hombre una mayor libertad... introduciéndolo en una nueva era, que es ya una realidad, donde todo lo conocido está caducando”.

Bienamado propone: “un cambio social a fuerza de copar y manejar los medios técnicos y científicos que la sociedad capitalista ha puesto hoy día en nuestras manos”. Una nueva espiritualidad basada en modificar la estructura social con las armas del capitalismo industrial, tratando de cambiar y mejorar muchos de los errores cometidos por la sociedad contemporánea, proponiéndose el logro de constituirse en un Estado con poder, dentro del Estado en el que viven. Una anarquía ordenada –que por cierto, se ve reflejada en toda la novela– con fines espirituales, cuyo núcleo más interno pretende llevar a cabo, fundando, dirigiendo y participando en “la Organización”, a la que también llama a sus puertas la prototípica traición.

Un proyecto perfectamente concebido y dirigido por Bienamado, un hombre sorprendente, polifacético, bastante irrepetible, de una humanidad asombrosa, y situado además en ese momento histórico en que sucede esta novela, en el cual se daban unas coordenadas en las que todavía era factible el concebir la idea de llevar a cabo una fantasía tal. Lo que asimismo nos hace tomar conciencia de la velocidad y el cambio cada vez mayor en el que todo acontece, pues vemos que no han pasado tantos años desde entonces, y sin embargo hoy en día sería imposible realizar un proyecto así. No obstante propuestas de varios tipos pero con fines parecidos se trataron de llevar a cabo, en distintos lugares durante esas épocas. En la New Age por ejemplo, con la que algunos en los comienzos de su aventura hacia la búsqueda del Conocimiento se toparon, aunque no fue más que la antesala a un punto de vista mucho más amplio y universal que de forma sutil y evidente también está implícito en esta novela de vasto alcance, donde advertimos que hay otros mundos que están en este, aquí y ahora y que no por invisibles son menos reales. Mundos que coexisten simultáneamente y que se corresponden con distintos niveles de lectura de los hechos y de las cosas, que la novela va revelando, y que se traducen en las transmutaciones que se van operando en la conciencia de Bienamado.

Jauja es además una ficción profética y una crítica directa, y también sutil al mundo moderno y sus tópicos; el creer en el mito de la evolución, en la idea de un progreso indefinido o confort espiritual; como recuerda lúcidamente Bienamado: " 'Vanidad de vanidades, todo es vanidad'. Estaba equivocado como todos los que piensan que con una fuerza igual y opuesta, de diverso signo, el caos se podría detener e implantar un nuevo orden y yo sería el indicado para ello." Y también en esta otra aserción que él igualmente cita: "El camino del infierno esta empedrado de buenas intenciones".

Agil, fresca, amena, crítica, y paradojal, simbólica y misteriosa, de una humanidad desbordante, donde coexisten mundos simultáneos, que su autor recrea con una gracia, facilidad y agudeza asombrosa, incluso utilizando distintos géneros, a través de gestos, sucesos o acciones y pensamientos, humanos y divinos, que para nada nos dejan indiferentes y también provocan un gran sentido del humor tanto en lo agradable como en el propio desgarro, provocando rupturas de nivel, disoluciones y coagulaciones.

Si bien toda la novela sucede en una coyuntura espacio-temporal específica, dentro de un marco histórico-geográfico concreto, es también atemporal, al velar y revelar una realidad Única y el Silencio que la precede. En este caso a través de todo este entramado (un mundo en miniatura) en permanente conjugación de sombras y luces que se teje en torno a la vida de Bienamado, junto con su esposa, Compañera, sus hijos y los demás miembros de esta Organización, contada con todo lujo de detalles y sutilezas, y ambientada en Buenos Aires, durante los años 1965-70 y posteriores.

Patricia Serdá