Federico González Frías

Jauja

PRIMERA PARTE
(continuación)

Ya la están terminando.

– ¿Qué, Miguel?

– Estábamos comentando con Federico sobre la nueva cancha de squash del club. Yo nunca he jugado.

– Yo tampoco.

– Es muy divertido.

– Sí. Pero me parece que lo que se busca es bajar un poco la barriga…

– Va a ser difícil encontrar hora libre para utilizar la cancha. Los vejetes ya deben estar haciendo fila.

– Sin embargo a los baños turcos no va prácticamente nadie. La verdad es que va muy poca gente al club.

– Esto es lo que tiene de bueno.

– ¿A vos se te ha ocurrido alguna vez sumar los años de los socios? Esa suma daría la edad de la tierra.

– Ché que bueno está el melón… ¿Rocío de miel se llama esto, no?

– Lo compramos en San Fernando.

– Sí. Muy bueno este melón.

– ¿Viste?, Bergman ha terminado otro film…

– ¿Ah, sí?

– Muy enfermo, Bergman.

– Un poco antiguo ¿no?

– Hay que ir a ver a Eloisita que está medio regular. No sé que complicación en la vesícula…

– ¿Es grave?

– No se sabe.

– ¿Qué edad tiene? ¿Setenta y pico?

– Ochenta y pico.

– Casi lo mejor de la familia.

– Me encantaría llegar a esa edad con su estado de ánimo.

– Falta poco, viejo. Un esfuercito y cruzás el disco.

– Ayer estuve en la estancia.

– ¿Cómo?

– Me faltan pocas horas de vuelo para que me den el brevet. Aprovechamos con el instructor, y nos fuimos a comer un asado al campo.

– Qué gracioso… ¿Qué dijo tu hermano cuando los vio aparecer?

– No estaba. Había ido a una feria de ganado.

– A él le vendría bien aprender a volar…

– Dice que no tiene tiempo.

– Es verdad, trabaja demasiado…

– ¿Te gustaría darle una mano?

– Supongo que sí. Pero recién podré después de los exámenes…

– Me gustaría ir al sur este verano. Todavía no conozco Bariloche ni los lagos y hay dos amigos que…

– Bueno, combiná las cosas y te vas.

– ¡Fantástico!

– Además podés pasar unos días en "La escondida", que es uno de los lugares más lindos del mundo. Sobre el lago. No te imaginás lo que te vas a cansar de pescar.

– ¡Buenísimo!

– Decidíte y yo te arreglo la estadía con Melchorcito Haro…

– ¿Ese es el que es director del Banco?

– Sí.

– Es una excelente persona…

– Que cría vaquitas…

– En todo caso no demasiadas… En el sur, por lo menos…

– Y vos, Juan ¿qué pensás hacer este verano?

– Me leíste el pensamiento. Yo quería decirle a papá que ando con ganas de irme de nuevo a Europa.

– ¿En el verano?

– En realidad querría irme por un par de años…

– ¿Adónde?

– A Londres.

– ¿Y qué vas a hacer?

– No sé. Por lo menos no lo sé ahora. Pero Londres me encantó. La gente, la forma en que se vive… Pienso que ya allí encontraré algo que hacer, sobre todo en finanzas.

– Lo conversaremos.

– ¿Quizás si vos me pudieras ayudar los primeros tiempos?

– Hay una cantidad de nuestros asuntos del banco de los que te podés ocupar en Londres y en toda Europa. Es cosa de que arreglemos los detalles. Mientras tanto allí irás viendo si algo en particular te llama la atención, o si querés hacer algo en especial ajeno a nuestros intereses, reflexionó el Bienamado mientras terminaban de comer.

– ¿Tomamos el café en el living?, invitó la Compañera.

Allí se les unieron un poco más tarde los hijos de la Compañera, que los martes almorzaban en la casa, al igual que los del Bienamado, que hoy estaban con él.

*

El padre Luis se encontraba sentado en uno de los costados de la mesa. En la cabecera una mujer de pelo entrecano, menuda, nerviosa, dirigía la reunión. El grupo estaba integrado por otras siete personas. A la izquierda de la mujer se hallaba el Secretario, al que el padre Luis ya conocía… Le seguía otro hombre –algo gordo, de aspecto plácido– y una chica bastante joven, que parecía muy contenida. En la otra cabecera se hallaba Todo un Caballero, robusto, desenvuelto, de alrededor de cincuenta años de edad. A la derecha del padre Luis estaba otra mujer madura, de aspecto llano y firme, muy bien vestida. A la izquierda de esta dama, una especie de anciano decrépito, más allá: Compañera.

– ¿Alguno de los presentes desea relatar algún tema filosófico en el que haya meditado en la última semana?, prosiguió en tono mecánico la moderadora.

El padre Luis estaba absorbido por sus pensamientos y momentáneamente había dejado de prestar atención a lo que se conversaba. Hacía una especie de inventario, o mejor de balance, de todo lo que conociera hasta entonces en la Organización aunque primaba en él más que nada la curiosidad, el deseo de comprender con claridad y exactitud ese universo. Esa inquietud lo llevó a analizar con mucha atención cada uno de los integrantes de ese simposio.

Los "desubicados", ésa era la palabra que le había quedado metida como una espina al padre Luis. En el transcurso de la reunión la había oído varias y repetidas veces; esta gente se autocalificaba de dicha manera. Era algo un poco obsceno o de cierto mal gusto. El Caballero de la cabecera parecía cualquier cosa menos un desubicado. Olía a cordialidad, amigos y agua colonia. Marta, la dama que tenía a su lado, y la Compañera, eran tres mujeres que tan buen papel podían desempeñar en una cocina, jugando a las cartas, o en presencia de algún rey destronado o en actividad. El Secretario era la imagen de la cordura… El Decrépito había sido y sería un decrépito en cualquier parte…

– Siento cada vez más la vida dentro mío y a mi alrededor, farfullaba este último (paradójicamente) en ese momento, envuelto en una luz nueva, diáfana y brillante. A veces me pregunto si no será un espejismo y la verdad de lo cotidiano la única importante en la vida. Hace tres noches tuve un sueño que era bastante angustiante. Yo pensaba en el mundo entero y tenía una noción exacta de él. Veía la Historia, la Geografía, los Astros y estrellas vigilantes, todo como una magnífica unidad. Todo eso adentro mío y también circundándome, como si estuviéramos envueltos en un globo. Veía también otros globos al lado mío, y dentro de ellos reconocía a otras personas en las mismas circunstancias que yo. Sin embargo, nos comunicábamos, pero cuando yo trataba de pensar en esto, de racionalizarlo, indefectiblemente me separaba, salía de mi propio globo y éste se disolvía al igual que todo lo demás. Me sentía solo y vacío, completamente solo. Entonces nuevamente, lentamente, volvía a reconstruir mi mundo y a tener una visión. Y sobre todo la sensación de la armonía universal, pero bastaba que tratara de entenderla racionalmente, para que ésta se me fugase otra vez y me quedara con la nada.

El padre Luis había prestado atención al sueño y le pareció muy lindo mientras observaba más detenidamente al Decrépito. Este había dejado de hablar y era como si una vez más se hubiese desinflado. Le colgaban los brazos a lo largo del cuerpo, le pendían los cachetes de las mejillas, le guindaban unas bolsas debajo de los ojos. El poco pelo que tenía, como apolillado, parecía que en ese instante se estuviera cayendo, del mismo modo que un pedazo de nariz se derrumbaba inexorablemente sobre la mesa. Unos ojitos celestes moteados de amarillo, huían perversamente, mientras las piernas temblaban y un ruido bucofaríngeo-nasal-pulmonar, como de asmático "in extremis", acompañaba estas calamidades.

– Este hombre es un desastre, se dijo a sí mismo Luis, que sin embargo, ya había descubierto que no, que era una maravilla. Tiene armonía interna, pensó. Lo que pasa es que "es" lo que dice. Resplandece de belleza. Lo miró fugazmente. Este hombre me está comunicando fe y fuerza… Pero ahora prestó atención a Todo un Caballero, que era el que estaba en el uso de la palabra:

– Algo similar… recuerdo… hace años… quizás mi experiencia personal, pueda ser de algún interés o de ayuda para otro. Cuando yo entré en la Organización –van a hacer cinco años– era bien poco lo que conocía del otro lado de la vida, en la que hoy me hallo. Se puede decir que había triunfado, que mi éxito abarcaba también la esfera de mi hogar y mi familia, pero sin embargo yo no era un hombre feliz. Muchos de los presentes ya me han oído referir esta historia, pero quizás es lo más importante que yo posea como hombre… Lo cierto es que estoy mintiendo… Yo era un desdichado, un miserable, mi mujer y mis hijos unas víctimas. Aparentemente para el mundo, nada de esto sucedía, pero en mi interior, sí. No encontraba sentido a nada. Despiadado, cruel, jugaba las cartas del poder y del dinero, con una frialdad y una maldad, que para mí eran la mayor garantía del éxito. Desde luego yo no me daba cuenta de esto, hoy recién lo veo, pero era así. E internamente me hacía sufrir como un desdichado. Trataba de engañarme con los resultados de mis trabajos, con el crecimiento de mis hijos, la belleza de mi casa, etc. Pero ni mi casa era bella, ni mis hijos crecían, por lo menos espiritualmente, ni mis trabajos eran sino una cantidad de pequeñas estafas, hilvanadas con astucia dentro de la ley, y nada más que eso.

– Creo que para algunos de los nuevos puede ser interesante su experiencia, agradecía la Moderadora, al mismo tiempo que miraba a Obeso, que se había mantenido al margen.

Se hizo un silencio.

Moderadora tomó la palabra.

– Querría preguntarle a otro miembro del grupo, qué le parece la reunión.

El padre Luis se dió cuenta de que se referían a él, y su interior se rebeló:

– La verdad es que he venido como observador…

– Aunque así sea, usted está participando de esta reunión, sonrió la señora, por lo que es un miembro del grupo.

El padre Luis iba a contestar una cortesía banal, cuando sintió que eso era bueno y agradable, váyase a saber por qué oscura razón…

– Me estoy incorporando, contestó.

– Bien, Dama dió por finalizada la reunión, basta que uno se diga miembro de la Organización para pertenecer a ella.

La sesión se desenvolvió normalmente. Y ya en su domicilio a Luis se le hizo la luz sobre esta Organización: tomaban a la salud psicológica y al bienestar social como sus metas, a las que llamaban "espiritualidad".

*

Las tres y cuarto. Siempre pasa lo mismo. Hasta hace un momento el insomnio fue provechoso. Ahora es la imposibilidad de dormir. Empiezo a repetir uno a uno los mismos pensamientos, y sobre todo el de la necesidad de descansar. Me parece que va a ser difícil, no puedo. Lo que antes me servía, es decir la sensación de vivir y la armonía, el orden de mis cosas, no tienen sentido en este momento.

Ahora me repetiré inexorablemente, comenzaré a destruir, me invadirá el miedo y dejaré florecer el caos y la reiteración. Ya soy una tierra yerma, extenuada, que no se nutre. Impermeable al agua y aún al sol, volveré a reincidir en mí mismo para mantenerme con alguna dignidad. Es posible que esto sea un intento desesperado de "ser". Cuando en realidad lo que deseo es dormir. Mañana tengo muchísimo que hacer. Insisto en emplear los mismos mecanismos que hace años y fantaseo hasta el agotamiento por la noche y no realizo en la mañana. Me interesa hacer lo que siento, lo que pienso, pero quedo vacío en este insomnio del que no salgo, del que no quiero ser parte, pero al que no puedo evitar. No hay más pensamientos, me los he ido deglutiendo uno tras otro y no los he podido transformar en nada más que esta sequedad generalizada. Perdí el resultado favorable que me proporcionó el principio de la noche y ahora vuelvo sobre lo mismo. Debo hacer algo para evitarlo, pensar en mi nombre: Bienamado. Pensar en lo que pensé hasta ahora. No puedo, hagamos un esfuerzo. ¿Quiénes? ¿Quiénes? Las tres y veinte. Mi mujer sobre la cama. Un lindísimo animal… Pero estoy demasiado obsesionado conmigo mismo. Recapitulemos… Pongámosle un sentido… El miércoles veintisiete de abril de mil novecientos setenta… cualquier cosa… este debe ser el principio del mal humor… ¿Para qué estoy en el mundo? ¿Participo de la vida, de la naturaleza? Esto es un engaño. Creo que estoy sano, se lo hago creer a los otros y en realidad soy un pozo de angustia. Tengo una neurosis infinita que se desgaja en días parejos y semejantes. Diluyo, distribuyo, mi enfermedad. Si la pusiera toda junta explotaría el mundo en mil pedazos. No. Lo peor es que no pasaría nada; "nunca pasa nada", una de mis célebres teorías. Pasa este insomnio y pasa este fastidio que es lo que más "pasa" y que no se me pasa, ni sé por qué me pasa, para hacer juegos de palabras.

¡Pero ché, toda esta lata, esta grandilocuencia, nada más que por no poder dormir! La fragilidad del hombre es joda. Seguramente me están sucediendo muchas otras cosas que no tienen nada que ver con el insomnio. La ignorancia es uno de los asuntos que más hacen sufrir al hombre. Siempre he sabido que no soy nada, que no valgo para nada. Soy un conjunto de contradicciones. También contradicciones de los otros. Soy mi obra, apenas un hálito de vida y de violencia. Largos años he invertido en darme cuenta de que estoy vivo. La existencia es esta aridez, este desenfreno de lugares comunes. No el mar, ni el cielo desolado; no la tormenta, no la flor silvestre, ni el paisaje modificado por la mano del hombre, sino los minutos del reloj. Un conjunto de menstruaciones y los hombres naciendo cada nueve meses. No puedo alterar el ciclo. No con la claustrofobia de mi insomnio. Sin embargo sé que el tiempo puede ser alterado, la posibilidad de cambiar el ritmo que es con lo que se manejan todas las cosas del Universo.

Conjuro los espíritus de la noche y los tengo en mi mano. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? Me invade un lento terror y quiero volver a bañarme en el río de los hombres, de las cosas familiares, de la naturaleza. Un caballo, una espada, el fuego, el lenguaje, una úlcera en el duodeno, todo lo que nos aferre al cordón umbilical. Pienso como si estuviera hablando. Hablo como si estuviera escribiendo. Poco y mucho es el lenguaje, la escritura. Lo mismo pienso de cualquier representación. Me comunico mucho mejor con los otros por distintos medios. A mí las palabras me dicen poco, ya lo dije. Empleo medios corporales; eso seguro. Y siempre es lo mismo. Mucho y nada es lo que la gente tiene que decirme. Estoy mal, insatisfecho, no puedo controlarme. Pienso que me basta esta limosna diaria y espero no volver a tener insomnio en bastante tiempo.

*

Los pensamientos de la noche anterior no le habían hecho nada bien al Bienamado. Había despertado con la boca pastosa, como si hubiera tomado remedios para poder dormir. Le dolía la cabeza, le parecía haber bebido con exceso. Estaba de un terrible mal humor, como muchas de las mañanas en que debía presentarse a la vida; pese a que era un hombre que tenía mucha experiencia en varios campos nada podía hacer para salir de esos estados nefastos.

Se dirigió a un cuarto contiguo a su dormitorio, donde ya estaba la Compañera sentada frente a la mesa del desayuno.

– ¿Querés oír un informativo?, preguntó la mujer.

Bienamado contestó con gesto aquiescente y comenzó a comer unas tostadas. Compañera de tanto en tanto lo miraba. Bienamado mantenía la cabeza medio baja, ladeada, y algunas miradas torvas eran disparadas ora hacia aquí, ora hacia allá. No podía salir de su estado de furia impotente. Se sirvió más café y Compañera acercándosele lo besó y le acarició el pelo. Bienamado persistía en contemplar el piso. Estaba empacado, empacado como un chico.

– Qué bien hice el amor anoche, comentó cariñosamente Compañera.

Seguramente lo hiciste vos sola, hija de puta, como si no lo hubiéramos hecho juntos, alcanzó a pensar como en un relámpago un Bienamado desconocido. Pero fue en vano, el círculo de su prisión ya estaba casi roto.

*

– Como habrás podido observar nuestra Organización se mueve en dos sentidos. Uno, que podríamos llamar material, que abarca el campo de la acción (la investigación es acción) y de la creación de dinero. Y otro espiritual, cuyo fin es procurar una mayor libertad interna e individual en cada uno de los miembros de nuestros grupos, y por lo tanto una mayor libertad interior en la sociedad en que vivimos, explicó el Bienamado. Empecemos por el primero, siguió. El otro día estuviste en una reunión del Directorio de Nueva Comunicación. Esta empresa está concebida de una manera tal, que abarca todos los medios de comunicación y no sólo los tradicionales. Nuestra concepción es amplia a este respecto. Tenemos montados laboratorios de investigación científica y técnica, equipos creativos que trabajan exclusivamente para nosotros. De ellos salen, por ejemplo, estudios de mercado y coyunturales, análisis sociológicos, económicos y psicológicos. Se encara la realidad social contemporánea y se contemplan los medios que puedan influir sobre ella. Se ve la forma en que ellos, los medios, pueden operar, y una vez que se encuentra la manera de que lo hagan, de acuerdo a nuestra propia filosofía, digámoslo así, se lleva a la práctica según lo que consideramos apropiado para nuestros fines.

Prendió un habano. Continuó:

– Como te darás cuenta todo esto tiene una base económica firme. Comencé invirtiendo mil millones de pesos en Nueva Comunicación, con la esperanza de que con el tiempo ella se llegara a bastar a sí misma y pudiera continuar sola. Mis mejores cálculos han sido superados por la realidad, pese a que hace pocos años que la empresa ha sido fundada ya ha comenzado a dar ganancias. Junto con los laboratorios de investigación hemos creado una oficina de patentes y marcas internacionales. Con la venta de algunas patentes de nuestros inventos y con el aprovechamiento de descubrimientos que realizamos, hacemos que el nivel de investigación continúe con ritmo creciente. Por otra parte trabajamos en cooperativa y muchos de los beneficios que se perciben van a parar a las manos del personal. Lo mismo pasa con toda la Empresa.

Siguió:

– El otro día, en la reunión de directorio a la que asististe, se habló de la creación de las historietas, etc. etc. Pues bien, el Departamento de Historietas es uno de los más florecientes desde el punto de vista económico. Tenemos varias realizaciones de este tipo que se venden en todo el mundo y un complejo de revistas y medios televisivos –en plena evolución– que creo darán mucho dinero…

Desde hacía unos segundos se prendía una luz intermitente en un aparato que estaba sobre el escritorio de Bienamado. Este finalmente se interrumpió y apretó un intercomunicador.

– Ha llegado el Secretario, señor, se oyó una voz impersonal.

– Que me espere un segundo, por favor.

– Como te decía, continuó Bienamado, te das cuenta que Nueva Comunicación, es una sola de las ramificaciones de la Organización. Quizás una de las ramas más importantes –de acuerdo con nuestros fines–, pero una sola. La Organización, en su parte material (y aquí debo hacerte una advertencia, pues muchas veces cuando nosotros decimos Organización estamos refiriéndonos a nuestra espiritualidad) incluye un Banco, una Sociedad Anónima madre que se ocupa de muy distintos asuntos, una Compañía Inmobiliaria, Constructora y de Tierras, una Administración de Fondos e Inversiones, etc., que en resumidas cuentas forman un complejo económico bastante grande cuyo único objetivo es en definitiva la posesión del poder. Y aquí es cuando lo material de nuestra Organización se funde con lo espiritual de nuestros principios. Y la clave está en la forma en que utilicemos ese poder. Por lo que deseamos volcar nuestros esfuerzos personales y económicos en la consecución de una mayor libertad interna del individuo. Y por lo tanto –según nosotros pensamos– de una vida más feliz y plena y de una sociedad en donde se conviva de una manera más digna, donde circule más aire y se pueda existir con menos terrores, en definitiva; en la que el individuo pueda vivir su destino de ser humano.

Prosiguió atropelladamente, un poco apurado:

– Por ese motivo es por lo cual hemos tenido que crear una especie de Estado dentro del Estado. Porque en el fondo nuestro propósito es reventar, destrozar a la sociedad capitalista, largó una risotada feroz mientras consultaba rápidamente un reloj, con sus propias armas si es que ya no está superada por sí misma, al par que se levantaba de su sillón y el padre Luis lo imitaba, y saludando a Secretario que entraba en el despacho.

El padre Luis que estaba intrigado por lo oído y que pensó era absurdo, se preguntó cómo había amasado Bienamado, en su casi elementalidad, una fortuna como la que tenía. Ahora prestó atención al Secretario y en un instante lo diseccionó.

Parecería que este individuo en cualquier momento se va a poner a hablar de Santa Teresita, se dijo. Hay algo que no corresponde entre lo que estoy viendo en la Organización y este hombre.

Cuando se dió cuenta de que estaba pensando en la Organización como algo vivo, real, aunque con existencia abstracta, sonrió y se despidió pensando con sorna en la idea de un capitalismo paralelo.

*

El Decrépito estaba esperando al padre Luis en una vasta habitación que tenía, al igual que las otras del antiguo edificio de la Organización, algo de galpón, sala de estación ferroviaria o depósito. Esta poseía la particularidad de estar llena de cosas. Pero la altura de los techos era tal, que el inmenso ambiente parecía semivacío. Apenas se penetraba en ella, sin embargo, era obligatorio observar los objetos que se hallaban allí, pues constituían un todo sorprendente.

Mientras que en el despacho de Bienamado se apilaban carpetas, maquetas, papeles, que hablaban de una intensa actividad personal realizada con premura y desorden, el cuarto lúdico –que así se llamaba esta habitación a la que nos estamos refiriendo– ostentaba igual desorden (mucho mayor), sin la justificación del trabajo, el apuro, o cualquier otra razón que se pretendiese argüir. Parecía hecho a propósito y así era en efecto. Sillas caídas, que cuando uno pretendía levantarlas descubría estaban fijadas al piso, papeles de diario que volaban por el aire y que una vez arrojados al cesto volvían a reanudar su vuelo, constituían algunas de las muestras del criterio con que se había guiado al decorador de esta sala, que incluía varios laberintos de cartón piedra y algunas galerías de espejos.

Todos estos elementos le daban un aire de parque de diversiones que era precisamente lo que se buscaba. Aunque las pretensiones del Bienamado habían sido otras cuando decidió encargarla. Había pensado en una especie de microcosmos, en una suerte de compendio o resumen de la realidad cotidiana en sus diversas facetas. Que había sido interpretado a su manera y fielmente por el realizador. Porque si se seguían los circuitos de laberintos previstos, se encontraban una cantidad de datos variables, vertidos con auxilio de máquinas sonoras, fotográficas, cinematográficas y computadoras, que daban en forma bastante satisfactoria, las combinaciones planeadas por el Bienamado. Por lo que mirado desde fuera este conjunto no tenía mayor sentido, mas una vez utilizado de acuerdo a sus claves rendía los resultados previstos, y hasta era capaz de crear sus propias leyes, que el Bienamado gozaba en descifrar, y que al par que descansaban su mente, le daban la posibilidad de pensar en nuevos asuntos que aún no había encarado.

Algo de esto explicó Decrépito a Luis enfrascándose luego en algunos temas que le habían encargado que desarrollase con el sacerdote.

– Es una paradoja, decía Decrépito en esos momentos, pero es así. No podemos alcanzar una verdadera libertad interior si no reconocemos una subordinación a un poder superior. Es decir que por un acto de humildad, o mejor, de renunciamiento a la soberbia, obtenemos una mayor capacidad para gozar y usufructuar de nuestro libre albedrío…

– ¿Qué le parece?, preguntó.

– ¿Por qué les preocupa tanto la libertad del hombre?

– Consideramos que libertad es vida. Son sinónimos. En fin… que la vida no vale la pena de ser vivida si no es en libertad…

– Bueno… eso es algo sabido…

– Quizás, pero poco practicado. Me explicaré:

– Se tiende a confundir la libertad con la libertad política, que sólo es una de las formas que toma la libertad. Por eso siempre nosotros recalcamos las palabras "libertad interior". Creemos que tal como se ha desarrollado la sociedad en que vivimos, el hombre que pertenece a ella carece prácticamente de posibilidad de elegir. Es más, de vivir como un miembro de su especie. Pero no es sólo en la sociedad en donde encontramos estos males, que consideramos son propios de la naturaleza humana. Pensamos que uno de los impulsos más fuertes en el hombre es la autodestrucción. Este impulso –que está lleno de matices– lo lleva a destruir a sus semejantes. Pero si el hombre se desarrollase plenamente en libertad interior, de acuerdo a su propia idiosincrasia y esta situación pudiera darse en una sociedad de tal manera saneada que facilitase el desenvolvimiento individual, el ser humano alcanzaría su más alto destino dentro de su limitación y viviría muchísimo más de acuerdo con la forma en que ha sido plasmado. Inclusive, agregó, aún podría tener la suficiente libertad para destruirse concientemente…

– Así es, afirmó el padre Luis.

– Por otra parte, prosiguió Decrépito, es tal el clima de injusticia social, económica y política que el hombre ha provocado, que es sólo comparable a los prejuicios morales, físicos y espirituales que sostiene a toda costa para no permitirse vivir como se debe. ¿¡Y sabe por qué es eso!?, agregó completamente exaltado al mismo tiempo que caminaba, o mejor, reptaba dificultosamente por la habitación. ¡Porque el hombre está enfermo de miedo, siempre lo estuvo! ¡Miedo a la naturaleza, a las inclemencias climáticas, a los animales salvajes, a los propios hombres, sus semejantes, a sus hijos, a las sociedades que ha creado y se le escapan de las manos! ¡Pero sobre todo miedo a sí mismo!, rugió temblando de pies a cabeza.

Un poco exaltado para esta hora de la mañana, pensó Luis, levantándose y auxiliándolo a no morir en ese instante.

Una vez repuesto y después de haber platicado durante más de una hora, Decrépito preguntó al sacerdote si no quería visitar a Luciano en las oficinas de Nueva Comunicación ubicadas en la vereda de enfrente. (Luciano era el hijo mayor de Compañera y el encargado de los Departamentos Televisión, Telenovelas e Historietas).

– El Bienamado siente por él una particular predilección, aclaró el Decrépito.

– Es un gran muchacho, agregó, quitándose unas lágrimas de los ojos con un pañuelo grande como una sábana.

*

– Me alegro de que hayas venido a conocer esta parte de la Empresa, dijo Luciano, y al padre Luis le gustó la confianza del tuteo.

– ¿Por qué no nos sentamos?

– Yo me retiro, murmuró Decrépito.

– ¿Querés tomar algo?, invitó Luciano a Luis mientras Decrépito se despedía.

Luis pensó que iba a tener que oír unas larguísimas explicaciones y resolvió tomar el toro por las astas.

– Bueno, bebería café siempre que pudiera ser yo el que hiciera las preguntas.

– Encantado, convino Luciano, ahorra tiempo.

– He podido hablar poco desde que estoy sumergido en vuestro mundo.

– No me extraña. Bienamado es bastante absorbente.

– No es el Bienamado. Es una cuestión de atmósfera.

– Conozco. Créeme que es para nosotros bastante problema mantenernos apartados de esa atmósfera y al mismo tiempo participar concientemente de ella.

– ¿Hace cuánto tiempo que trabajas aquí? Mejor: ¿por qué participás de la Organización y cómo fue que viniste a parar aquí?

– Vos verás, contestó reflexionando…, el Bienamado la conoció a mamá cuando yo tenía diez años… desde el comienzo me gustó… nos trataba como iguales y participaba de nuestros juegos y mejor aún, de nuestras vidas… para un chico esto es muy importante. Mamá siempre nos había dado mucha libertad, y lo que es mejor –ahora lo reconozco– nos había preparado para que tuviéramos la posibilidad de elegir las cosas por nosotros mismos. En fin… pasaron dos años y se produjo la noticia de que mamá y Bienamado se casaban… aunque pensándolo un poco era completamente lógica esa decisión. Yo me opuse. Mamá aceptó mi oposición y así resultó que fui a vivir con papá. Yo lo quería –y lo quiero– enormemente a mi padre y nunca había podido aceptar la disolución de la pareja. Todo esto resulta medio raro mirado en perspectiva… bueno… lo cierto es que con mi hermano Pablo nos fuimos a vivir con papá. Los dos menores quedaron con mamá. Al año siguiente Pablo volvió a casa de mi madre y yo fui a estudiar como pupilo a un colegio en Inglaterra donde estuve cinco años. En ese tiempo mamá me visitó varias veces sola y luego, a mi pedido, con Bienamado. Viviendo fuera había aceptado el casamiento de mi madre. En realidad esto parece un poco antiguo pero fue así como sucedió. Por otro lado siempre le tuve mucha simpatía a Bienamado, al igual que mis hermanos…

– ¿Y por eso estás aquí?

– No. Nada de eso. Una vez que terminé mis estudios, continuó, quise dedicarme a una carrera técnica. Me interesaban los nuevos medios de comunicación y decidí perfeccionarme en los Estados Unidos. Desde allí mantuve una estrecha correspondencia con Bienamado –uno de los pocos que estaban empapados en el tema– en la cual éste me iba informando de sus proyectos. Me di cuenta de que muchos de sus puntos de vista eran los míos. Bueno… como sucede siempre… estaban en el aire… Pero él quería llevarlos a la práctica. Y yo lo conozco muy bien en este aspecto a nuestro amigo. No piensa o fantasea como el noventa por ciento de nosotros, sino que en el momento que uno menos lo espera o imagina ya está haciendo las cosas.

Prosiguió:

– Para cuando estuvimos juntos por última vez en New York, yo ya estaba bastante convencido de la parte espiritual de la Organización. Me especialicé en televisión. Lo demás es historia reciente…. Hace cuatro años que estoy a cargo de este Departamento y ahora, a mis conocimientos, he tenido que agregar todo lo relativo a historietas y realización de telenovelas de calidad.

– Decíme: la parte espiritual ¿cómo la ves? ¿qué fue lo que te impresionó?

– Impresionarme… nada… Pienso que tienen razón. Que es tal cual es. Simplemente. En los años que pasé en el extranjero estuve más bien solo y esta circunstancia, según creo, me dio algunas capacidades. Estas capacidades puestas a reflexionar en un medio, en una sociedad muy evolucionada, me hicieron pensar muchas cosas. Creo que yo he sido un testigo alerta y… bueno… joven, de la revolución científica y técnica de los últimos tiempos. Hablo de revolución en serio. Pues bien… estos pensamientos míos se encontraron muy cómodos con los postulados del Bienamado. Y además se me brindaba la posibilidad de actuar, que es uno de los hallazgos más grandes de la Organización.

Sirvió café y palmeó amistosamente al sacerdote.

– ¿No te planteaste objeciones con respecto a Bienamado o a la Organización?, preguntó el cura.

– Creí que te había respondido a la pregunta cuando te hice el relato de mi relación con él.

– Quizás. Pero si no te molesta, te rogaría que fueses más concreto.

– A decir verdad no he hecho otra cosa que plantearme objeciones frente a Bienamado a lo largo de mi vida. Inferí de allí las prevenciones que podría tener con la Organización… Pero no, las fui resolviendo una a una y terminé aceptándola como lo acepté al Bienamado. Como algo ya determinado… Y aún hoy, continuó, fijáte lo que te digo, aún hoy constantemente me rebelo y termino estrellándome y conviniendo una vez más con la Organización, porque desgraciadamente siempre tienen razón y es verdad lo que dicen. Y es por eso justamente que me muero de rabia –aunque te parezca infantil– y pateo y finalmente, cuando me sereno, acepto lo que se me da y continúo mi camino.

Se había excedido al pronunciar estas palabras. Sorprendido por su pasión, acotó, meditativo:

– Lo mismo que sucede con la vida… sabés, agregó, ¡yo creo que la gran virtud de Bienamado es encarnar parte del inconsciente colectivo! Sí. ¡Es el inconsciente colectivo!

Dios mío se dijo horas más tarde en el retiro de su habitación el sacerdote. Toda esta gente aparentemente sana… ¿qué es lo que son? Esta mezcla de seriedad y fantasía, ¿a dónde lleva? ¿qué es esta interacción de planos, esta exageración? ¿qué es esto?

*

Enrique era el hijo mayor del primer matrimonio de Bienamado. Vivía en el campo en una estancia de la que era propietario junto con su padre y poco o nada era lo que bajaba a la ciudad. Tenía veintiocho años, pero aparentaba más. Era muy parecido a su progenitor. No tanto en las facciones o en algún detalle en particular, sino en el conjunto. La forma de moverse, los gestos, la voz, el mismo encanto como triste, retraído, y al mismo tiempo la presencia del tigre, la violencia, el volcán escondido pero muy a flor de piel. Era más buen mozo que Bienamado, había algo más armonioso en él. Era común encontrar algo desmesurado en Bienamado, algo fuera de proporción. Algo de grotesco o trágico que en su hijo no se advertía. Enrique era (aparentemente) de un carácter apacible y sereno. Su existencia transcurría muy ligada al ritmo de la naturaleza, que era su refugio y su fuerza. Era culto y se dejaba llevar por una intuición despierta. Criaba toros, caballos y perros de raza, amén de la agricultura. Le gustaba el trabajo de campo y todo lo que fuera vida al aire libre. Se le habían conocido circunstancialmente algunos asuntos amorosos, pero evitaba referirse a sus relaciones personales tanto como a su vida privada.

Por momentos era taciturno y siempre reservado, aunque predominaba en él un natural alegre y un modo de ser muy dado, cosa rara en un hombre introvertido. Lo rodeaba un grupo de amigos muy íntimos. No formaba parte de la Organización. Siempre había tenido un carácter y una forma de ser muy independiente y jamás se le ocurrió pertenecer a ella.

Quizás hubiesen sido él y su hermano Juan, los que pagaran el pato del desequilibrio delirante del Bienamado (antes de que éste pudiera tener conciencia del mismo y aprendiera a manejar sus propias fuerzas). Durante muchos años él y sus hermanos sufrieron la locura de Bienamado, sus fobias y terrores, su inestabilidad emocional, social y económica. Sin embargo estos fueron los años en que Enrique estuvo más cerca de su padre. Luego, el tiempo, las circunstancias, los fueron separando. Desde los dieciséis años –fecha en que Enrique terminó el bachillerato y fue a trabajar al campo de unos amigos–, esta distancia se amplió. Más adelante, con el apoyo de Bienamado compró una estancia propia.

Era interesante observar esa mañana de agosto, –en que Enrique había ido a buscar a su padre al Tigre para traerlo en el coche al centro– las semejanzas y disimilitudes entre estos dos hombres. Enrique se vestía muy bien, era particularmente elegante. Usaba la ropa con naturalidad, aunque detrás de esa naturalidad uno podía advertir la mano de un buen sastre. Bienamado tenía el mismo sastre, aunque eventualmente parecía vestido en algún supermercado. Siempre había algo de exagerado en él, fuera de contexto. A Enrique le quedaba bien la ropa mientras que a su padre le caía mal, o al menos en forma dudosa. Uno se imaginaba inmediatamente que debajo de ella el hombre estaba desnudo. O tenía algo de disfraz. O mejor, parecía como si lo estuviese ahogando, como si actuara tipo un chaleco de fuerza.

En la vida era lo mismo; parecía que a Enrique le caía bien la existencia. Al Bienamado, decididamente, le daba claustrofobia. Enrique dejaba pasar los días y los vivía minuciosamente. Bienamado tenía que alterar constantemente el tiempo para sentir que estaba vivo. De un modo oscuro Enrique "era". Bienamado luchaba denodadamente por "ser". En eso consistía su gracia y su mayor mérito.

Las relaciones entre padre e hijo eran excelentes pese a que se veían poco, o precisamente por ese motivo. Se respetaban mutuamente y se adivinaba una unión muy entrañable, allá en lo más profundo, donde los genes se confunden y más allá aún, donde se pierde la materia. Un observador superficial hubiese sospechado el resentimiento en Enrique y la desconfianza en Bienamado, sentimientos que indudablemente existían; pero en lo hondo de sí mismos eran prácticamente una misma cosa, tanto, que a veces no necesitaban de las palabras o de los signos exteriores para entenderse.

Viéndolos ahora en el automóvil que manejaba Enrique, rumbo al centro, tenían algo de extraños hermanos siameses. El Bienamado gesticulando como siempre que estaba cómodo. Enrique conduciendo tranquilamente, oyendo, contestando con brevedad. Es posible que casi nunca Bienamado estuviese cómodo, salvo cuando hacía el amor, se distendía o afrontaba un problema grave, es decir cuando se olvidaba de sí mismo. Enrique casi siempre parecía un pez en el agua. No obstante, ahora, solos y juntos, se pensaba que eso también podía ser a la inversa. Extraño. Una misma ilusión óptica los unía en un bloque sólido, donde cada cual jugaba el rol del otro, y los papeles podían ser intercambiados.

– ¿Cuándo vas a venir al campo? ¿Te esperamos este mes?, preguntó Enrique.

– Puede ser a mediados del próximo, respondió Bienamado.

– Lo antes que puedas. Me gustaría que vieras unas cuantas cosas.

– Viajamos a Estados Unidos dentro de diez días y al regreso voy al campo, te lo prometo.

– ¡Ah! si vas a Estados Unidos, tengo que hacerte algunos encargos…